Saturday, June 26, 2004

LOS LADRIDOS SALÍAN DEL TAZÓN METÁLICO

-Quiero enseñarte lo que traje de mi viaje al Oriente. Dijo Aric.
-Bien. Respondí.
-Es un tazón que canta.
-¿Un tazón cantador? Indagué.
-Sí, este tazón es cantante.

De entre mis amigos, Aric es el que más ha viajado. Le ha dado la vuelta al mundo varías veces. Una persona letrada y versada en las culturas del planeta. En esta ocasión regresaba de un viaje al Tíbet. Traía consigo tazones que compró a un personaje que los vendía a un lado de la carretera. Estábamos en la casa de Aric y era de noche. Permanecí sentado revisando las fotografías del viaje mientras Aric fue a su habitación para traer el tazón.

-Es metálico –exclamó.
Lo revisé y efectivamente parecía ser de cobre.
-Ahora tengo que encontrar algo para hacerlo cantar. Dijo Aric.
Se mostraba entusiasmado y contento. Era obvio que quería compartir conmigo este artefacto.
-Está bien Aric –pronuncié.
Aric fue a la cocina y yo me quedé en la sala. En la mesa de centro estaba un elefante de mármol y los colmillos eran dos cigarros forjados a mano. Parecían de adeveras.
Aric llegó con un pedazo de madera y empezó a tallar el aro de tazón. De repente escuché un zumbido peculiar. Empezó gradualmente, primero era casi inaudible pero iba aumentando de volumen. Observé la cara de Aric y tenía una sonrisa de contemplación. Me recargué en el sofá, me puse lo más cómodo posible, quería disfrutar al máximo esta novedad. De entre el zumbido escuché un sonido canino, algo así como una manada de coyotes, pero no era el típico aullido quejumbroso de estos animales, más bien se trataba de la ferocidad de un grupo de lobos en pleno ataque.
-¿Escuchaste Aric?
Aric dejó de friccionar el metal con la madera.
-¿Qué cosa?
-Los ladridos.
-No.
-Estaban ladrando.
-Espérame, déjame ir por algo que sea de metal para que cante más bonito.
-Está bien.
Por si las dudas me persigne, norte, sur, este y oeste. Aric regreso con un utensilio de cocino de acero inoxidable. Comenzó a friccionar y nada. Cero magia. Tomó el cucharón de madera e intento de nuevo. Pero no se escuchó nada fuera de lo normal.
-No comprendo, no funciona –dijo Aric.
-No sé qué pasó –añadí.
Aric siguió intentándolo sin obtener resultados hasta que se dio por vencido. Se desató un silencio, de esos que hacen descansar. Abrí la botella de tequila y serví dos tragos, uno para Aric y otro para mí.
-Salud Aric –brindé.
-Salud Juan –contestó Aric.


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