Wednesday, July 02, 2003

Las calles son como un acordeón que escupe música. No obstante, no veo nada despectivo en ello. Con los ojos del amor todo se ve bonito. Las risitas de los niños, ocasionadas por la energía de un día de trabajo, valen la pena y mucho más.

-¿Cómo sé que no estás tratando de introducir ilegalmente a esos niños al país?

-No sé cómo usted desconoce eso.

En el retrovisor estaban los niños. Aburridos, cada uno con un acordeón que nos vendió un comerciante ambulante. Se habían cansado de hacer música. Sus dos y tres años de vida los pusieron en un estado de animo dos-tres.

-¿Dónde están las actas de nacimiento de los niños?

-They’re packed- sus ojos cambiaron de matiz. Inhaló rápidamente para evitar el que detectara que estaba tratando de jalar fuerzas. Fue una respiración pequeña, ésas que se dan en las personas que no saben respirar. Supe que toqué una fibra delicada. Una memoria de vulnerabilidad. Quizá desperté una pesadilla que aún está vigente. Una llaga con pus en su corazón. Sus ojos eran como los de un venado que ha sido sorprendido por el cazador. En mi pecho sentí una sobrecarga de compasión. Sin quererlo, descubrí que se estaba quebrando. Que era un ser doliente. Como todos nosotros. Tenía que hacer algo para desviar ése momento.

-En un almacén... dentro de una de las más de cien de cajas que pusimos allí- Concluí mi respuesta.

-Pues necesitan tener por lo menos una fotocopia de las actas de nacimiento…

Mi manera de ver la oficial aduanera había cambiado. Ya no tenía curiosidad de saber el por qué del tatuaje mediocre que lucía en su brazo izquierdo, la camisa azul de su uniforme era de manga corta, era imposible evitarlo. Había cambiado todo rápidamente a un sentimiento de tolerancia. Dejé de mirarla a los ojos, volteé la cabeza para mirar hacia el horizonte. Más allá del edificio de inspección secundaria. Guardé silencio.

-Gracias. Que tengan buen día.



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