EL DIBUJANTE
-¿Tiene hambre? ¿Desea algo de comer?
-Una cerveza –contestó con toda serenidad.
-No tengo en el refrigerador pero iré por unas a la tienda.
Si hubiera estado en su posición, también optaría por la cerveza. Los alimentos no entumecen.
El viejo se ganaba la vida dibujando retratos. Era de origen oriental, quizás coreano o japonés. De aproximadamente 50-60 años. Era difícil determinar su edad. Lo que sí era seguro: definitivamente maltratado por la vida. Era evidente que vivía en la calle o en donde se le hiciera noche.
Él siempre se acordaba de mi nombre. Yo nunca me aprendí el de él. Pero con frecuencia lo invitaba a mi estudio. Compartíamos los alimentos, las copas y el tabaco. Yo veía televisión y el me dibujaba. Tenía mucho talento.
Siempre respetó mi hogar y a mi novia. A mis amigos también. A pesar de los crueles inviernos de Portland, nunca aceptó una invitación para hospedarse en mi estudio. A pesar de todo, era una persona con dignidad. Aún cuando lo veía borracho sentado en la banqueta de la esquina.
Cuando llegó el cuarto invierno no lo volví a ver. Supuse que había encontrado algo mejor. Que estaba en otro vecindario o ciudad. Que la vida le sonreía. Eso era lo que quería pensar. Pero lo que asediaba mis pensamientos era algo diferente. Me horrorizaba la idea, de que en una de esas mañanas heladas, no despertara de sus sueños inducidos. Que hubiera muerto congelado en el parque de la cuadra de arriba. No sé que fue de él.
Lo recuerdo con mucho cariño. Un personaje que a pesar de todo, tenía una sonrisa en su rostro y siempre unas palabras de camaradería.
En donde sea que esté. Espero en Dios que esté bien.
Friday, August 29, 2003
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