Tenía una sonrisa en sus labios. Su rostro se acentuaba a razón del su atuendo. Todo de negro. Todo cubierto excepto sus manos y la parte céntrica de su cara. Tomé una porción pequeña con mi índice y pulgar derecho. Abrí los labios y puse la mirra dentro de mi boca. Nunca creí posible que el cuerpo y el espíritu pudieran estar en tan perfecta comunión. El acto de comer y catar siempre me pareció mundano. En esta instancia fue una experiencia ultra-etérea. Una combinación del paladar del cuerpo y del espíritu. Camino hacia el cielo. Sabores del paraíso. Mi ser estaba saturado de felicidad. Los ojos de la religiosa escudriñaban mi corazón. Ella sabía que esto era una comunión de alegría. Su rostro era una sonrisa. Intenté pronunciar mi éxtasis pero me fue difícil.
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